Alguna vez creiste en dios/es?

06 junio 2008

La Arrogancia de los Creyentes.

Del libro "Superstición en todas las épocas", publicado en 1732, escrito por un cura párroco de nombre Jean Meslier. Dado que a los curas supuestamente los llama Dios al oficio, le llamo a esto una divina metida de pata.

Cerca de Bagdad, hace muchos siglos, un hombre santo, celebrado por su santidad, pasaba sus días en tranquila y apasible soledad. Los habitantes circundantes, teniendo un sano interés en sus rezos, le traían pacientemente provisiones y presentes cada día. El hombre santo agradecía a Dios por las bendiciones que la Providencia acumulaba sobre él. "Oh Alá," decía, "qué inefable es Tu dulzura hacia Tus criaturas. ¡Qué he hecho para merecer los beneficios con los cuales libremente me cargas! ¡Oh, Monarca de los Cielos! ¡Oh, Padre de la Naturaleza! ¡Qué alabanza podría ser digna para celebrar Tu generosidad y Tus cuidados paternales! !Oh Alá, qué grandes son Tus regalos a los hijos de los hombres!". Lleno de gratitud, nuestro ermitaño hizo la promesa de emprender por séptima vez el peregrinaje a la Meca. La guerra, que entonces existía entre los persas y los turcos, no podría hacer que él pospusiera la ejecución de su empresa piadosa.

Con completa confianza en Dios, comenzó su viaje; bajo salvaguardia inviolable de un atuendo respetagle, pasó sin problemas a través las líneas enemigas; lejos de ser molestado, recibió a cada paso muestras de veneración de los soldados de ambos bandos. Al final, vencido por la fatiga, se vió obligado a buscar un abrigo a los rayos del ardiente Sol; lo encontró debajo de un grupo frescas palmeras, cuyas raíces eran regadas por un prístino arroyo. En este lugar solitario, donde el silencio solo era perturbado por el murmurar de las aguas y el canto de los pájaros, el hombre de Dios encontró no solamente un retiro encantador, sino también deliciosa comida; no tenía más que estirar la mano para tomar dátiles y otras riquísimas frutas; y el agua del arroyo para apagar su sed; pronto la somnoliencia le invitó a tomarse un dulce descanso. Luego al despertar, realizó su baño ritual; y transportado por el éxtasis, clamó: ¡"OH ALÁ! QUÉ GRANDES SON TUS REGALOS A LOS HIJOS DE LOS HOMBRES!".

Bien descanzado, refrescado y lleno de gozo, nuestro hombre santo continuó su camino; lo condujo por una cierta hora a través de un país encantador, que le ofrecía a su vista en las orillas del camino, árboles florecidos llenos de frutas. Extasiado por este espectáculo, adoraba incesantemente la rica y liberal mano de la Providencia, que por todas partes le veía ocupado con el bienestar de la raza humana. Yendo un poco más lejano, cruzó a través de algunas montañas, que eran muy difíciles de ascender; pero llegando su cumbre, una horrible vista aparece repentinamente a sus ojos; su alma se llenó de consternación. Descubrió un enorme llano enteramente devastado por la espada y el fuego; lo obsevó y lo encontró cubierto con más de cientos de miles de cadáveres, desgraciados restos de una batalla sangrienta que había ocurrido algunos días antes. Las águilas, los buitres, los cuervos, y los lobos devoraban los cuerpos muertos con los que la tierra estaba cubierta. Esta vista hundió a nuestro peregrino en un triste sueño. El cielo, como un favor especial, hizo que él entendiera la lengua de las bestias.

Escuchó entonces a un lobo, atragantado con carne humana, clamar en excelsa alegría: ¡"Oh Alá! ¡qué grande es Tu amabilidad para con los hijos de los lobos! En Tu vidente sabiduría envía la maldición sobre estos detestables hombres que nos son tan peligrosos. Mediante un acto de Tu Providencia que cuida de Tus criaturas, éstos, nuestros destructores, se asesinan, y nos das así suntuosos manjares. ¡OH ALÁ! QUÉ GRANDES SON TUS REGALOS A LOS HIJOS DE LOS LOBOS!".

Jean Meslier.


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